martes, 1 de febrero de 2011

¿Dónde está Éricka Gándara?

Es muy interesante y aleccionadora cualquier mirada que venga del extranjero sobre la difícil situación de violencia que vive México.

En la pluma de Rosa Montero (ver El País del domingo 30 de enero), su voz se vuelve reclamo -sin ella saberlo- pues mientras aquí centramos las demandas -muy justificadas, por cierto- en la proclama de justicia respecto de los asesinatos de Susana Chávez y Marisela Escobedo, la periodista y escritora nos recuerda la enorme solidaridad y valentía con la que se decidió Éricka Gándara a prestar sus servicios como policía en Guadalupe, Distrito Bravos, Chihuahua, poblado muy cercano a Juárez, y que terminó siendo secuestrada por un comando armado.

De ella, nadie -me incluyo- se ha dignado a volver la mirada para sumar su nombre a esta colectiva demanda de justicia.

Mientras Susana gozaba de la simpatía, cariño y solidaridad de las organizaciones con las que colaboraba como activista en la denuncia de los feminicidios que asolan la región; mientras Marisela acaparó los medios por su artero asesinato mientras demandaba justicia por el perpretado en su hija Rubí; Éricka, una joven de 28 años sólo se limitó a cubrir ese difíl papel que muchos hombres desdeñaron o del que desistieron, como bien lo apunta Montero.

Un cargo que seguramente pocas mujeres ni siquiera pensaron en ocupar o solicitar, el de tomar las armas para custodiar la seguridad de los 9 mil habitantes de su pueblo.

Caso de noticia nacional -reflectores incluidos, fotos de primeras planas, entrevistas en horarios estelares, foco de reportajes y notas de admiración por su seguridad, coraje y valentía- fue el de Marisol Valle, que con sus 21 años cumplidos y una carrera en criminalística aún inacabada, fue designada jefa de la policía en su natal Práxedis G. Guerrero, también en Chihuahua.

¿Será que su futuro, como lo vaticina Montero, sea el mismo que el de Gándara?

Ninguna de las dos es activista, muy por el contrario, están del lado de quienes empuñan las armas para la defensa y la custodia de la seguridad de su gente, de ese cuerpo que se mira de soslayo y al que se le teme más que se le confía.

Será que es por eso que Éricka Gándara no está en los twitts ni es motivo de convocatoria a manifestaciones públicas y marchas en demanda de su presentación viva.

De pronto, Montero, desde el otro lado del Atlántico, con una distancia de varios husos horarios que la deja -supuestamente- lejana respecto a este sentimiento de inseguridad e impotencia que nos agobia cada mañana cuando leemos el recuento de los daños a quienes lo vivimos en el roce de la piel, nos ofrece una lección invaluable de sororidad: Éricka.

Ya lo dice muy claramente la colega de El País: "tengo la sensación de que, cuando se llega a lo peor; cuando la situación es tan insoportable y tan irrespirable que ni siquiera se puede pedir a los héroes que sean héroes; cuando toda resistencia es un suicidio, entonces, justo entonces, en fin, en el filo de la aniquilación, son sobre todo las mujeres (o algunas mujeres: yo sería incapaz) quienes dan un paso hacia delante."

Éricka, como Marisol, Marisela o Susana, son mujeres que ofrecen su vida por las otras, por los otros, son valientes, arrojadas, atrevidas, férreas, mujeres de fe y confianza en sus pares -sobre todo las activistas-, en su gente-por lo que toca a las policías.

¿Qué diferencia a Éricka de Susana o Marisela? Desde mi punto de vista, nada. Todas son mujeres que trabajan en favor de la paz, de la seguridad, por la justicia; cada una en su trinchera, cada una con sus propias armas, todas con la misma entereza.

Cabría decir, pues, ¿dónde está Éricka?

No hay comentarios:

Publicar un comentario