miércoles, 23 de febrero de 2011

El prestigio y la credibilidad

En esta guerra soterrada de negocios e intereses políticos por el uso exclusivo de satélites y ondas hertzianas, quienes siempre salen perdiendo son el público (lector, escucha o televidente), la sociedad en su conjunto, y las y los periodistas.

Gobiernos transitan por Los Pinos sexenio tras sexenio y las reglas del juego se mantienen incólumes para seguir protegiendo a los monopolios. Con decisiones políticas tan envueltas siempre en el halo de la corrupción, es difícil pensar que el día de mañana se pueda contar con otros canales de televisión abierta que ofrezcan una seria competencia, así como una real oferta informativa y recreativa diversa frente a lo que hasta ahora tenemos: televisa y tvazteca.

En este afán por no afectar viejos intereses creados, soportados y alimentados por el propio sistema, la población lleva la penitencia. Aún cuando haya otras iniciativas de propuestas televisivas, éstas son tan poco poderosas que llegan a resultar efímeras, o esfuerzos, al final de cuentas encomiables, pero de poco alcance.

Y ni hablar de la telefonía, cuya situación es totalmente semejante. ATT, Avantel y otras microcompañías son a Telmex lo que el extinto Canal 40 e incluso TV Azteca son o fueron, a Televisa.

Así las cosas, hoy estamos por ver un buen forcejeo entre titanes, el que podría arrojar descalabrados y hasta muertos. Y es que en estas guerras todo se vale, y para llevarlas al terreno de la presión qué mejor que ventilar dimes y diretes en la arena pública, donde se miden los raiting y la potencia de la penetración creando "opinión pública".

Para ello nada mejor que servirse de voces y presencias que son líderes de opinión, en general, periodistas y comunicadores.

Visto desde allí, y en aras de la libertad de expresión, medios y periodistas deberían actuar bajo una deontología que contemple el

compromiso por informar con hechos y certezas para que la gente en efecto se forme una opinión acorde con sus propios intereses, creencias e ideologías, y tenga en sus manos el poder de decisión.

Y ello debería sustentarse en el único bien que a lo largo de una carrera forja cada profesional que tiene el privilegio de utilizar una pluma, un micrófono o una cámara: la credibilidad.

Pero difícilmente. Los intereses de las empresas para las que laboran o desde donde sostienen sus espacios públicos las y los periodistas, muchas veces se ven envueltos y condicionados a las tendencias de las casas que los contratan y les dan foro.

Es así como la credibilidad puede llegar a quedar en entredicho y el prestigio del periodista se convierte en un bien de compra y venta. Las presiones gubernamentales han mermado carreras brillantes, los intereses de grupos políticos han cooptado plumas críticas convirtiéndolas en voceros zalameros o voces hostiles, y no lejos estamos de empezar a ser testigos de los alcances que podrían tener los grandes capitales en este juego macabro.

El auditorio que defendió su espacio de información y expresión, encabezado por Carmen Aristegui, puso ejemplo social y su grano de arena en esta contienda. Cumplió con su responsabilidad ciudadana ante lo que consideró una afrenta a la libertad de expresión. Y esa es la actuación que deberíamos aplaudir de una ciudadanía participativa.

Sin embargo, mucho más hay de fondo. El Estado tiene una responsabilidad grande y los macro capitales, también. Pero sus objetivos no están en la defensa de las preocupaciones profesionales de las y los periodistas. De ello, nos tenemos que ocupar nosotras y nosotros mismos.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Deontología periodística

Tras los dimes y diretes que han circulado por las redes sociales, en los pasillos de la cotidianidad, en las mantas y los comunicados sobre el cese iracundo de Carmen Aristegui removida de su espacio de noticias y opinión en MVS, tan bien sintetizados por Denise Dresser en su carta abierta a Joaquín Vargas, del pasado 10 de febrero, hay muy poco por aportar.

Cada quién, como dice Dresser, tendrá su propio punto de vista y su muy particular opinión y creencia de lo que allí se cocinó.

Pero fue precisamente el artículo de Emilio Álvarez Icasa del 11 de febrero en El Universal, el que da una pauta respecto de un tema que no por muy filosófico que parezca, no hay que entrale: la deontología del periodismo.

Carlos Marx escribió, en su tesis sobre Feuerbach que “de lo que se trata no es de comprender ni explicar el mundo, sino de transformarlo”, y en ese entendido, lo importante de toda esta problemática que ha vuelto a polarizar opiniones entre el gremio, la deberíamos aprovechar para reflexionar sobre la deontología que como profesionistas nos debería unir, por lo menos bajo preceptos que acogiéramos y defendiéramos.

Si bien como dice Fernando Savater la ética es “la actitud o la intención del individuo frente a sus obligaciones sociales, personales”, la deontología por su parte, es “el conjunto de éticas concretas de acuerdo con la actividad o el puesto o el papel social que cada uno desempeña en un grupo humano”, y refiere a lo debido, lo que corresponde a un grupo determinado.

Luego entonces la ética es al individuo, como la deontología al grupo.

Hace ya varios años que algunas compañeras y compañeros, desde distintas tribunas, venimos empujando la importancia de que los medios creen sus propios códigos de ética en tanto que ello transparenta ideales y objetivos, certezas, y no sólo, sino que en ello la sociedad vería cobijado su derecho a la información y a la libertad de expresión.

Pero un código de ética de un medio no debería tener validez si no se circunscribe a una deontología consensada por todas las partes involucradas en el derecho inalienable de la libertad de expresión, y la circunscribo específicamente al gremio periodístico; porque como bien dice Savater, “hay límites deontológicos para unas profesiones (...) que no corresponden en cambio a otras”.

Hay una deontología de los periodistas, dice Savater en su libro Ética, política y ciudadanía, publicado por Grijalbo y Raya en el Agua; y ésta dista mucho de lo que ocurre en las redes, por ejemplo, donde las opiniones confluyen entre profesionales de la palabra y público en general. El cotilleo está muy lejos de normarse por las reglas de quienes tienen bajo su responsabilidad un micrófono o una pluma.

Y para moverse bajo las mismas reglas del juego, es fundamental conocerlas. De allí que los códigos de ética de los medios de comunicación no debieran estar ocultos o insertados como la

letra minúscula de cualquier contrato. Deben ser documentos públicos a los que el público lector pueda acceder para conocer los mínimos parámetros en los que se mueve el medio de su confianza.

Vale la pena, por ello, releer a Álvarez Icasa, cuando advierte que "resulta inadmisible que si se presenta una cobertura noticiosa del hecho y se acompaña de un cuestionamiento duro, válido y respetuoso, la consecuencia sea que se silencien las voces y los micrófonos".

Y es que, como lo expone Savater, citando a Montesquieu, “para saber si hay tiranía o no, hay que acercar el oído, si se oye ruido y discordias, quejas, hay libertad; si no se oye nada, es que hay una tiranía”. Lo grave, como dice Emilio Álvarez es que: "Lo que no puede pasar en una democracia es que el resultado de una diferencia de esta naturaleza (sea el) cierre (de) un espacio noticioso".

La gente ya no está dispuesta a que le cierren las puertas a los aconteceres, si no, ¿por qué se han vuelto tan populares las redes sociales, donde circula la información y la verdad de cada persona que accede a estos sistemas de intercomunicación?. Añade Álvarez: "Debe tenerse claro que en democracia, mientras más alta es la responsabilidad pública que se desempeña, mayor escrutinio público debe existir".

Y a eso debe atenerse cualquier gobierno. Eso es parte de un juego donde todas y todos tenemos una responsabilidad. La ciudadanía, por ahora, la ha ejercido. Más allá de los intríngüilis económicos, y las razones que se esgrimen favorecieron a unas y otros, lo cierto es que hubo una manifestación de madurez social y libertad de planteamiento respecto de un conflicto. Los medios
debieran estar a la altura.

Bienvenida Carmen a su espacio noticioso.

lunes, 7 de febrero de 2011

Top Gear y la discriminación

No porque no sea la única, la primera o la última vez que nos acusen de ser un pueblo flojo, dejaremos de reprobar el uso de calificativos negativos, de intolerancia y discriminación que se difunden por medios masivos de comunicación.

Ante los soeces comentarios “humorísticos” de tres conductores ingleses –de sobra criticados--, mucha gente dio en minimizarlos, aun cuando provocaron toda una revuelta diplomática entre esa nación europea y México.

No obstante, es una pena que se soslaye el uso de estereotipos que en nada benefician a la humanidad, dicho sea, sin importar raza, credo, sexo, preferencias sexuales o políticas. Y más aún que se externen en un medio de comunicación.

Burlarse de una forma de ser, de una costumbre o de una forma de hablar o pensar ha llevado a la intolerancia y ello ha provocado violencia, la "necesidad" de desaparecer a esa gente "indeseable" que no tiene par con lo que las y los otros piensan que “debe ser”.

Ejemplos de ello nos sobran en la historia. Las matanzas de gente judía y gitana en la II Guerra Mundial; las “limpias” en Sarajevo, Bosnia, Ruanda; los asesinatos de homosexuales en México o de indigentes en Brasil; la cacería de migrantes bajo el pretexto de su tono de piel avalado por la Ley Arizona; la campaña de “haz patria y mata un chilango” promovida sobre todo en el Bajío, son algunos ejemplos.

Cuando caemos en el chiste o la broma pública, caemos en el estigma, en la discriminación, y con ello estamos respaldando formas de segregación y hasta de destrucción.

Ante las afirmaciones de la tríada de conductores ingleses, no fueron pocos los que en México aprovecharon micrófono, cámara o pluma para descalificarlos con la misma sorna y agresividad. Ojo por ojo. Violencia con violencia.

Es cierto que el humor cae las más de las veces en esa falsa premisa de lo permisible porque es broma. No obstante quienes tienen el privilegio de contar con un medio de comunicación para emitir opiniones, han de tener precaución con sus enunciados cuando éstos conllevan ofensa.

En todos los pueblos existe gente perezosa, pero también trabajadora. Datos del INEGI señalan que mientras en el año 2000 de los 22 millones de hogares, 20.6 por ciento estaban jefaturados por mujeres, hacia 2005 la estadística se incrementó a 23.1 por ciento. Ello quiere decir que de cada 100 mujeres, 38 están en el mercado laboral.

El país no es los 500 diputados –a quienes han puesto como ejemplo de holgazanería, otra inflexible opinión generalizada--, ni el millón de burócratas -que mal haríamos en calificar en forma totalitaria de flojos o abusivos, aun cuando haya ejemplos de sobra. Así sólo pagan justos por pecadores.

En México somos más de 112 millones de personas que salimos todos los días a trabajar o estudiar, que usamos varias horas en transportarnos hasta nuestros destinos y que producimos lo que comemos y lo que consumimos, incluso lo que exportamos. Con los impuestos que pagamos adquirimos productos extranjeros. Sin nuestros brazos migrantes, otros países no tendrían los beneficios que nuestro sudor y malos pagos les reditúan.

En México existen muchos más que trabajan día a día por sacar adelante sus casas, sus familias y con ello, exponencialmente, al país.

martes, 1 de febrero de 2011

¿Dónde está Éricka Gándara?

Es muy interesante y aleccionadora cualquier mirada que venga del extranjero sobre la difícil situación de violencia que vive México.

En la pluma de Rosa Montero (ver El País del domingo 30 de enero), su voz se vuelve reclamo -sin ella saberlo- pues mientras aquí centramos las demandas -muy justificadas, por cierto- en la proclama de justicia respecto de los asesinatos de Susana Chávez y Marisela Escobedo, la periodista y escritora nos recuerda la enorme solidaridad y valentía con la que se decidió Éricka Gándara a prestar sus servicios como policía en Guadalupe, Distrito Bravos, Chihuahua, poblado muy cercano a Juárez, y que terminó siendo secuestrada por un comando armado.

De ella, nadie -me incluyo- se ha dignado a volver la mirada para sumar su nombre a esta colectiva demanda de justicia.

Mientras Susana gozaba de la simpatía, cariño y solidaridad de las organizaciones con las que colaboraba como activista en la denuncia de los feminicidios que asolan la región; mientras Marisela acaparó los medios por su artero asesinato mientras demandaba justicia por el perpretado en su hija Rubí; Éricka, una joven de 28 años sólo se limitó a cubrir ese difíl papel que muchos hombres desdeñaron o del que desistieron, como bien lo apunta Montero.

Un cargo que seguramente pocas mujeres ni siquiera pensaron en ocupar o solicitar, el de tomar las armas para custodiar la seguridad de los 9 mil habitantes de su pueblo.

Caso de noticia nacional -reflectores incluidos, fotos de primeras planas, entrevistas en horarios estelares, foco de reportajes y notas de admiración por su seguridad, coraje y valentía- fue el de Marisol Valle, que con sus 21 años cumplidos y una carrera en criminalística aún inacabada, fue designada jefa de la policía en su natal Práxedis G. Guerrero, también en Chihuahua.

¿Será que su futuro, como lo vaticina Montero, sea el mismo que el de Gándara?

Ninguna de las dos es activista, muy por el contrario, están del lado de quienes empuñan las armas para la defensa y la custodia de la seguridad de su gente, de ese cuerpo que se mira de soslayo y al que se le teme más que se le confía.

Será que es por eso que Éricka Gándara no está en los twitts ni es motivo de convocatoria a manifestaciones públicas y marchas en demanda de su presentación viva.

De pronto, Montero, desde el otro lado del Atlántico, con una distancia de varios husos horarios que la deja -supuestamente- lejana respecto a este sentimiento de inseguridad e impotencia que nos agobia cada mañana cuando leemos el recuento de los daños a quienes lo vivimos en el roce de la piel, nos ofrece una lección invaluable de sororidad: Éricka.

Ya lo dice muy claramente la colega de El País: "tengo la sensación de que, cuando se llega a lo peor; cuando la situación es tan insoportable y tan irrespirable que ni siquiera se puede pedir a los héroes que sean héroes; cuando toda resistencia es un suicidio, entonces, justo entonces, en fin, en el filo de la aniquilación, son sobre todo las mujeres (o algunas mujeres: yo sería incapaz) quienes dan un paso hacia delante."

Éricka, como Marisol, Marisela o Susana, son mujeres que ofrecen su vida por las otras, por los otros, son valientes, arrojadas, atrevidas, férreas, mujeres de fe y confianza en sus pares -sobre todo las activistas-, en su gente-por lo que toca a las policías.

¿Qué diferencia a Éricka de Susana o Marisela? Desde mi punto de vista, nada. Todas son mujeres que trabajan en favor de la paz, de la seguridad, por la justicia; cada una en su trinchera, cada una con sus propias armas, todas con la misma entereza.

Cabría decir, pues, ¿dónde está Éricka?