martes, 8 de junio de 2010

Estamos de Mundial

Hace 100 años no había campeonato mundial de futbol ni, menos aún, México estaba en la mira del mundo como coprotagonista del partido inaugural, con el grito ahogado en las gargantas en espera del primer silbatazo.

Muy por el contrario, se disparaban las primeras balas y se empeñaban las primeras vidas en la búsqueda de un mejor gobierno, en contra del autoritarismo largamente ejercido por el dictador Porfirio Díaz y sus políticas de terror aplicadas a la población más pobre y vulnerable.

México estaba en los ojos del mundo por las revueltas que minaban la supuesta estabilidad gubernamental que por tres décadas había logrado el otrora soldado de la Reforma, seguidor y defensor de Juárez, combatiente audaz en la batalla del 5 de mayo a las órdenes de Ignacio Zaragoza, contra los franceses.

Así se gestaba la primera revolución social del siglo XX. Seguirían, en el mundo, otras: la de los bolcheviques en Rusia, la de Cuba con Fidel Castro a la cabeza, la de los claveles en Portugal, la sandinista en Nicaragua y la de El Salvador con el Frente Farabundo Martí, por ejemplo.

En los albores de la Revolución mexicana, el clima de tensión crecía, las revueltas afloraban y emergían los caudillos Zapata y Villa, Madero y Carranza, las familias Flores Magón y Serdán, los periodistas Filomeno Mata y Heriberto Frías, John Reed y los Casasola.

Las revueltas modernas

México vive hoy otras revueltas. Más allá de las barricadas de seguridad que se prevén para salvaguardar el Ángel de la Independencia ante los embates de las hordas que festejan a sus pies lo que sea: ganar o perder, participar sin más –todo sea por tomar las calles--, el país se debate en medio de la injusticia y la desconfianza.

Cananea se vuelve tierra de nadie, piedra de choque y surgen los intereses empresariales, gubernamentales y laborales. El incendio de la guardería ABC esconde en las cenizas las vergüenzas de un gobierno despreciable por indolente. La pobre y multicitada Paulette yace cubierta por tierra llena de corrupción y negligencia. Y Palacio Nacional vuelve a ser objeto de asalto.

En plena Decena Trágica, en 1913, cuando el Presidente Madero y su vicepresidente Pino Suárez perdieron la vida, la Puerta Mariana había sido abatida por un cañonazo. En 1976, miembros de la Central Campesina Cardenista prendieron una fogata para quemar esta misma puerta y presionar así a las autoridades de Hacienda, reacias al diálogo.

Hoy ha sido la puerta central, sobre la que pende la Campana de la Independencia. Un histórico portón con más de 400 años de vida. Para algunos, sólo un madero labrado, un obstáculo por franquear; para otros, un bien de la nación, un inmueble lleno de historia, un patrimonio de las y los mexicanos. Lo peor: el magisterio concientizado, que se presupone ha sido el autor de la agresión. Esos profesionales que se piensa saben de historia, pues la enseñan; que educan y son ejemplo –o debieran-- del respeto a la nación y sus monumentos.

A 100 años, de festejos a festejos

Como hace cien años, México se encuentra en el desgobierno, en manos de un sector conservador e inoperante, que ha demostrado conocer y ejercer lo que son la corrupción y el amiguismo, vicios sociales contra lo que supuestamente luchó y que ahora asume sin vergüenza alguna. Como Díaz; el PAN, los Fox y los Calderón.

Como entonces los festejos del centenario de la Independencia, hoy el mundial de futbol. Como entonces, en la impunidad de la represión porfirista contra henequeneros, cañeros o mineros y sus familias. Como hoy, en la impunidad de la violación a los derechos humanos, el asesinato y persecución de defensores y activistas, el feminicidio de Juárez y la violencia contra las mujeres en el país entero.

Y, ¿por qué no preguntarse dónde quedó el Estado de derecho en estos cien años de demandas ciudadanas y luchas por los derechos sociales y humanos que tantas otras vidas nos han costado?