martes, 9 de febrero de 2010

Discrepar sí, ofender no


A veces vale la pena reflexionar sobre esa manida frase atribuida a Voltaire, uno de los más grades pensadores franceses: combatiré tus ideas hasta mi muerte, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlas.

Y si bien es cierto que tanto el conductor radiofónico Esteban Arce, como el diputado y locutor chiapaneco Ariel Gómez León, tienen derecho a expresar sus puntos de vista, como defiende Sara Sefchovich, lo es también que deben hacerlo en el marco del respeto al derecho ajeno, como lo dijera Juárez, y como claramente lo establece el artículo séptimo constitucional .

Voltaire, quien vivió uno de los procesos más críticos y violentos para la construcción de una democracia sabía, y por ello afirmaba, que era necesario trabajar en favor de un pacto social para preservar el interés de cada individuo en aras de convivir sanamente en una sociedad.

Pero Arce y Gómez nada saben de esto. Y no puede haber democracia si el pacto social de respeto se rompe y existe intolerancia y discriminación. Estas acciones, desafortunadamente, conllevan la violencia. Violencia que se ejerce desde la descalificación y el arraigo del estereotipo en el lenguaje verbal, que impacta en el colectivo y genera actitudes de violencia social –como el estigma o la segregación—y deviene en la violencia física hasta llevarlo a sus última consecuencias, como es el caso del feminicidio.

¿Recuerdan la crítica del exfutbolista Alberto García Aspe hacia su compañero deportivo Luis Daniel Cano por haber salido a jugar con tenis color de rosa? Muchas voces se alzaron para solicitar al veterano convertido en conductor que ofreciera una disculpa pública, pues el agravio implicaba el reforzamiento de la superioridad masculina y el menosprecio de un color tradicionalmente vinculado con lo femenino, cuyos valores se relacionan falsamente con la fragilidad, la debilidad y la sumisión.

Buscar la convivencia en una sociedad más inclusiva y tolerante obliga necesariamente a promover cambios de actitudes en hombres y mujeres hacia el respeto y la libertad. Aprovechar el micrófono, o el espacio en cualquier medio de comunicación, para verter opiniones personales implica responsabilidades. La discriminación por el color de la piel, por la preferencia sexual e incluso por el color con el que vestimos, son síntomas claros de intransigencia y denotan la miopía con la que se mira el desarrollo de una sociedad que busca la equidad, la inclusión y el respeto a los derechos humanos.

Erradicar la violencia contra las mujeres significa no sólo la promulgación de leyes que normen conductas sociales y entre los géneros, o la proliferación de refugios; sino también desterrar palabras con las que se margina y hacen distingos que atentan contra la libertad y la igualdad de las personas. Pensar en qué decimos y cómo lo decimos, obliga necesariamente a reflexionar sobre las consecuencias de nuestros actos en el entorno.

En esa medida los medios de comunicación –y quienes trabajan y colaboran en ellos—juegan un papel sustancial en los procesos de transformación cultural. Disentir beneficia la construcción de la democracia, pero la descalificación, la agresión y la intransigencia poco aportan a la reflexión y a la disertación que nos lleven a la conformación de un pacto social tan urgente en estos tiempos.
Y, ¿por qué no discutir con razones en lugar de agredir con lugares comunes basados en valores apócrifos que sólo han generado discriminación y violencia en las sociedades?

No hay comentarios:

Publicar un comentario