martes, 5 de octubre de 2010

El despótico Santa Anna

Inmersa, como mucha gente, en las reflexiones que devienen de las festividades por el Bicentenario, he tenido la oportunidad de acercarme, desde las biografías, novelas e historia misma, a personajes inusitados y que, seguramente en otros momentos, no lo hubiese hecho.

Tal es el caso del despótico Santa Anna. Atraída por la estupenda pluma de Enrique Serna, me atreví a incursionar en esta novela editada por vez primera en 1999 y reeditada en 2009 por Joaquín Mortiz.

El seductor de la patria, como se llama el libro de más de 500 páginas, no es, ni pretende ser, una biografía a pie juntillas de Antonio López de Santa Anna, sino que Serna lo reinventa “como un personaje de ficción” en el que explora “su mundo interior sobre bases reales”.

Climas, sentimientos y diálogos son obra de la creatividad de este escritor nacido en la Ciudad de México a finales de la década de los 50, en el siglo pasado. No obstante batallas, acciones y consecuencias fueron minuciosamente cuidadas por historiadores varios.

Egresado de la carrera de Letras Hispánicas de la UNAM, Enrique Serna incursionó en áreas de la publicidad y como argumentista telenovelero antes de ser atrapado por su propia escritura, de la que han emanado cuentos (Amores de segunda mano y El orgasmógrafo), ensayos (Las caricaturas me hacen llorar y Giros negros) y novelas, tales como: Señorita México, Ángeles del abismo (Premio de narrativa Colima) y Fruta verde, en las que lo mismo nos envuelve entre los efluvios de los certámenes de belleza, que nos catapulta al inquisitorial siglo XVII, o nos desliza entre los disímbolos mundos del hogar y el despertar adolescente en los trasgresores setentas del siglo XX.

Premio Mazatlán de Literatura, El Seductor de la Patria nos pinta a un Santa Anna rencoroso y déspota, incapaz de sentir afecto por nadie salvo por sí mismo. Serna nos desvela a un joven taimado que ve en la carrera militar la oportunidad de emerger por encima de los suyos con el poder que le ofrecen el uniforme y las armas.

Educado a punta de tratos rudos por sus jefes en el Ejército, Antonio López tuvo en sus superiores la mejor escuela para convertirse en el pendenciero que detentará la presidencia de la República durante once ocasiones interrumpidas por exilios y largos periodos de descanso en su hacienda de Manga de Clavo, ubicada en su natal Veracruz.

Narrada principalmente en primera persona, Serna utiliza el pretexto muy propio de un personaje tan pagado de sí mismo como Santa Anna de “dejar mis memorias” para hacer hablar a quien conocemos en la historia oficial como Su Alteza Serenísima.

No obstante, su alter ego está presente en la voz de su escribano y cercanísimo colaborador Manuel María Giménez, quien no escatima momento para ensalzar al dictador pero tampoco para plasmar con grandilocuencia sus supuestos aportes estratégico-militares que son los que, desde su óptica, dan los triunfos al general cuando los escucha o las derrotas cuando los desprecia.

Más ligero que una veleta, Santa Anna lo mismo se cobijó entre realistas que insurgentes, entre monárquicos o liberales que conservadores, todo con tal de tener poder; el poder de mandar a diestra y siniestra, de manipular voluntades, se saberse superior, de mostrarse supremo.

Página a página Serna me ha dado la oportunidad de acercarme a este despreciable personaje de la historia y conocerle un poco más de cerca. El personaje tal cual conocí desde el libro de texto queda muy corto ante lo que este escritor mexicano ha sido capaz de plasmar y ofrecer al público.

A cada frase el personaje se muestra fatuo y vanidoso, cobarde y descarado; tan abyecto como el sentimiento que lo movió a intentar destruir una federación como la naciente México, y que no obstante su perseverancia, salió avante y por eso ahora le celebramos sus primeros 200 años de Independencia.

2 comentarios:

  1. Yolo...es una de las mejores novelas que he leído. Un placer ir de la mano de Serna...

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  2. Santa Anna es sin duda un mexicano extraordinario, imposible no admirarlo u odiarlo.

    El sólo mencionar "Santa Anna" remite a "vendepatrias", "Traidor" etc. Pero olvidamos que su nombre simple: "Antonio López", nos recuerda un mexicano a fin de cuentas: desvergonzado, oportunista y hasta me atrevería a decir "tranza y gandalla".

    Odiamos de él lo que nos recuerda cómo somos.

    Ya quiero leer el nuevo libro de William Fowler "Santa Anna of Mexico".

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