miércoles, 1 de septiembre de 2010

Las únicas culpables

Qué fácil es dejar la única y exclusiva responsabilidad de la violencia contra las mujeres, en las mujeres. A lo largo de más de tres décadas de militancia en el feminismo, en ningún momento he dejado de escuchar la eterna crítica de que si los hombres son machos, se lo deben a las mujeres, pues ellas así los crían.

Múltiples veces he escuchado también discutir las condiciones en que esa educación se transmite y de las diversas partes que tienen responsabilidad en la herencia cultural, entre las que se cuenta primordialmente el Estado.

Nuevamente el debate se presenta en boca de Cristina Dyjak, funcionaria de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México (Codhem), quien vuelve a responsabilizar a las mujeres de ser las que deben promover la equidad de género desde sus hogares.

Tal parece que la funcionaria se quiere sacudir la responsabilidad que le compete a una institución como en la que trabaja respecto del propio compromiso que tiene para incidir en la modificación de conductas ancestrales y patriarcales que devienen en el machismo.

Transmitir una educación basada en el respeto y la igualdad de género no es viable si no se atienden otras aristas de la problemática, como son la publicidad, la educación formal, la ausencia de una presencia paterna en la educación en la familia, donde patrones de discriminación, de marginación y falta de reconocimiento a las capacidades de las mujeres está presente.

Los patrones culturales a los que aduce la funcionaria que habrían de eliminarse están profusamente fortalecidos por el lenguaje sexista y las imágenes a las que cotidianamente nos enfrentamos.

La publicidad es una de las ramas que se deben atender, pues son las que persisten en seguir asignando a las mujeres su pertenencia al mundo de lo privado. No en balde se han criticado copiosamente aquellos destinados a la limpieza del hogar, donde “ella es la reina” y él sólo aparece como verificador calificado de la calidad del producto.

Incluso ahora, casas comerciales de prestigio, o de productos de belleza exacerban sus efectos benéficos para conseguir mujeres ardientes o las pintan frívolas, interesadas y monetarizadas.

Si bien es cierto que la violencia que se vive en casa, se aprende como algo natural, también lo es que el refuerzo a través de mensajes publicitarios –institucionales y comerciales--, de programas televisivos y de una educación pública carente de equilibrio y respeto a las mujeres, hace el efecto correspondiente.

Los libros de texto siguen sin incluir a las mujeres en su trascender histórico, sin mostrarlas como seres capaces de crear literatura, ciencia, arte, política; minimizan sus logros y ocultan sus avances.

Sin ejemplos a seguir en áreas diferentes a las patriarcalmente otorgadas a las mujeres, nosotras no podremos ayudar a eliminar del cotidiano nuestro sempiterno papel como reproductoras y seres al servicio de las y los otros, ya sea en la cocina, en el cuidado de la salud, en el cuidado de la economía familiar, en la atención al vestido, al ocio y a la educación informal.

El Estado tiene una responsabilidad que ha soslayado en todos los ámbitos, desde la elaboración y diseño de políticas públicas incluyentes y con equidad, hasta predicar con el ejemplo.

Y, ¿por qué no exigimos, para empezar, el cumplimiento y difusión de leyes como la de Igualdad entre mujeres y hombres, contra la Discriminación o la de una Vida libre de violencia contra las mujeres?

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