lunes, 18 de enero de 2010

Decidir sobre nuestro cuerpo


En los últimos días, la catástrofe de Haití ha llenado las planas de los diarios y las pantallas de la internet.
La solidaridad mexicana se ha desbordado, como antaño, como en 1985 y otros eventos catastróficos –huracanes en Cancún, Chiapas, Tabasco—que barrieron zonas pobladas, como siempre, de gente en la pobreza, víctimas todas de los crecimientos desproporcionados y los gobiernos flojos que ponen oídos sordos a reclamos de desarrollo.


México se ha construido a puntapiés cuando la palabra y la razón se estrellan en los muros del oscurantismo. Así se conspiró la Independencia que dio orden y patria a la gente nacida en estas tierras del maíz y la piel de cobre, inspirada en las enseñanzas de libertad, igualdad y fraternidad de los enciclopedistas y la Revolución francesa; así también estalló la primera revolución social del siglo XX en el nuevo continente, la mexicana.

Este año celebraremos ambos hitos. El bicentenario de la una, el centenario de la otra. No fueron tiempos fáciles ni rápidos. ¿Qué movimiento social lo es? Y sin embargo, la población entera defendió con dientes y uñas la validez del precepto juarista, formulado entre ambas épocas y hoy más que nunca fundamental: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

Pero los acontecimientos de últimas fechas raspan la memoria de Juárez. Tabasco, tierra del viejo caudillo Tomás Garrido Canabal, quien encabezó una ardua lucha antirreligiosa para “desfanatizar” a la población, pretende sumarse hoy a los 16 estados que han reformado sus constituciones en contra del aborto legal.

Mientras el mundo cambia, México retrocede. El vertiginoso retroceso duele y afecta profundamente a la población femenina. Mientras en las altas cumbres mundiales se discuten y se acuerdan mecanismos para elevar las condiciones de vida de las mujeres en la economía, en la política, en la cultura, en la sociedad, en México se arrojan por tierra y pisotean sus derechos.
Una de las viejas demandas del movimiento feminista mexicano ha sido el derecho al cuerpo: al placer, a la sensualidad, a la maternidad voluntaria.

Aunque hija de militar y con una educación conservadora, la feminista Esperanza Brito enarbolaba en la década de 1960, la bandera del aborto libre y gratuito; grito de lucha que hoy se ahoga entre los discursos de Norberto Rivera y los reclamos de las iglesias –sobre todo la católica—por volver a someter a las mujeres a “los hijos que Dios mande”; y con ello, no dudaría ni un ápice, a cuidar del hogar y de la familia. Y, ¿dónde queda entonces el desarrollo personal y profesional?, ¿dónde la paternidad responsable?, ¿dónde el involucramiento de los hombres en las responsabilidades domésticas?, ¿cuándo transformaremos la doble jornada en una vida en equidad?

Por ello, nunca mejor que ahora la iniciativa del PRI y el PRD para elevar a rango constitucional el carácter laico del Estado, realidad a la que los miembros de cualquier iglesia no pueden sustraerse, pues la soberanía reside en el pueblo e históricamente se ha defendido esta separación fundamental para el sano desarrollo de nuestra nación. Pequeño detalle que los líderes de la fe han olvidado.

Según estudios del Instituto Alan Guttmacher, de El Colegio de México y el Population Council[1], en 2006 se realizaron más de 874 mil abortos. Se sabe que la cifra negra puede ser mucho más alta con sus consecuencias funestas y poco se puede hacer en materia de política pública de salud mientras haya este subregistro.

El Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) afirma que “la tendencia observada (del aborto clandestino) indica tres problemas sociales: no se ha logrado abatir la demanda insatisfecha de anticonceptivos, las mujeres que enfrentan embarazos no deseados recurren al aborto, y la penalización de éste no disminuye su práctica”.

Y, ¿por qué no dejar que las mujeres decidamos sobre nuestro cuerpo?

1 comentario:

  1. Excelente entrada inicial de tu blog. Felicidades y buena suerte, esperamos los demás con entusiasmo.

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